Wayu Coffee Shop se llamaba la cafetería que los hermanos Alberto y Carolina Rivas manejaban años atrás en el distrito de Magdalena, donde trabajaban con cafés de Cusco, Cajamarca y Junín, tanto en la atención al cliente como en las ventas retail. La cafetería cerró para dar paso a otro proceso. Alberto se asoció con Cynthia Landeo, exportadora de café y cacao, y tuvieron una idea interesante aunque arriesgada: crear laboratorios de análisis (máquinas tostadoras incluidas) cerca de las zonas productoras de café, y empezar a probar variedades.
El primer laboratorio lo abrieron en Miraflores (Lima) y un año después lo llevaron a Satipo, en Junín, pero llegó la pandemia y sus planes (como los de todo el mundo) cambiaron repentinamente. Tuvieron que dejar esa ciudad de la selva central, pero se fueron con la experiencia de haber acumulado conocimientos acerca de las potencialidades, pero sobre todo las limitaciones que tiene el sector. Se mudaron a Jaén, armaron de nuevo el laboratorio y siguieron su experimento.
Crearon Collective Beans, una empresa de carácter social a través de la cual Alberto y Cynthia asesoran a cooperativas, diseñan planes de negocio y capacitan a los productores y sus dirigentes con la idea de hacerlos «empresarios del agro», como dice él. En una de esas capacitaciones conocieron a Ruth Huilcapoma.
-Cambio de rumbo-
Hace más de tres décadas, la violencia terrorista había obligado a la familia de Ruth a mudarse de Andahuaylas a Pichanaki. Su padre comenzó a trabajar en la cosecha de café y mucho tiempo (y esfuerzo) después pudieron adquirir una pequeña finca. Allí la producción era por volumen y a través la cooperativa Los Chankas, pero la inexperiencia y las dificultades propias de ese oficio complicaron el panorama.
Mientras eso ocurría, Ruth estudiaba administración en Huancayo, precisamente para repotenciar el negocio de su familia y profesionalizar la cooperativa. Allí conoció a Rudín, con quien después se casó. Juntos decidieron instalarse en Pichanaki y tomar las riendas de Los Chankas. Una de sus primeras decisiones fue trabajar cafés de especialidad en procesos más orgánicos, en lotes pequeños pero de alta calidad.
«Nosotros buscábamos un café que estuviera producido en un proceso natural», cuenta Alberto. Les llegó entonces una muestra que Ruth le envió desde Pichanaki, y comenzaron a trabajar juntos.
Bajo la marca Desacata, Alberto y Cynthia crearon las líneas ‘Esencial’ (notas de chocolate bitter, naranja y frutos secos), ‘Místico’ (floral, miel de abeja, vainilla y té negro), ‘Apasionado’ (azúcar morena y notas herbales) y ‘Aventurero’, que es el que producen Ruth y su familia.
Se trata de un geisha-caturra con un perfil característico del proceso natural. Cosechado a 1,450 metros de altura, tiene notas de frutas tropicales (fresa y piña), nibs de cacao, y ligeras notas florales. Es un café suave, vinoso y a la vez muy consistente. Es precisamente lo que buscaron Alberto y Ruth, cada uno desde su perspectiva.
DATO CAFETERO
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