El vino y el café en la literatura

Por:

El vino y el café no son ajenos al arte de escribir, muchas de sus páginas nos hablan sobre estas culturales e históricas bebidas. Podríamos comenzar con el padre de la literatura, en el relato épico de Ulises a su vuelta de la guerra de Troya, en un fragmento de la Odisea, mientras vaga por el mediterráneo sin poder llegar a Ítaca, Homero escribe: “…siempre que bebían el rojo agradable vino, llenaba una copa y vertía veinte medidas de agua”; como pueden apreciar el vino está presente desde la antigüedad.

En el oriente medio son las «Mil y una noches», aquel libro lleno de vida, de costumbres, de alegría, de malicia, de matiz que guarda entre sus cuentos, mil y una historias.

En uno de sus relatos, al califa Harún al-Rashid le llevan la noticia que en su ciudad, Bagdad, hay una esclava que no solo es hermosa sino también la más sabia. El califa, que busca elementos de diversión, hace que la lleven ante él y le plantea una pregunta capciosa, de aquellas que respondas lo que respondas tienes muchas posibilidades de quedar mal.

El califa le pregunta a la esclava Tawaddud qué opina del vino: si ella responde que es excelente, el califa dirá que está incitando al pecado, y si dice que es un pecado, el califa dirá que olvida los beneficios del vino a pesar que es un pecado. Lo que hace la esclava, que es muy lista, es primero catar el vino para luego hacer una tremenda loa: “Es una lástima que Dios todo poderoso lo haya prohibido, pues no hay nada sobre la tierra capaz de ocupar su lugar”, así, Tawaddud inteligentemente se libró del ataque del califa.

Es en el medioevo donde un anglosajón de firma William Shakespeare, no tuvo mejor idea en su obra «Enrique IV», que darle vida a un personaje alegre, divertido y bebedor de vino: Falstaff, un toque de bohemio y filósofo que reluce su historia y lo hace tan famoso como el mismo Hamlet.

Tratando de descubrir el universo, es Galileo Galilei quien en una frase resume su conocimiento del cosmos: “Contendría el universo, el vino es luz solar, agua y sol en conjunción”.

No faltaron en su afán por el conocimiento, los estudiosos en filosofía, como el gran Nietzsche quien de manera muy fina dice: “En dos estados el ser humano alcanza la delicia de la existencia y por lo tanto es feliz, en el sueño y en la embriaguez”; más crudo y directo es Ramón del Valle Inclán quien escribió: “Sin vino, sin tabaco y sin sexo el mundo sería como para tirarse un tiro”.

En la blanca Rusia de Stalin, aparece uno de mis autores favoritos; León Tolstoi, quien en su magistral obra «Anna Karenina», describe en un párrafo lo siguiente: “Podía ver que Anna estaba embriagada con el vino del éxtasis que inspiraba”. Tan exacto y romántico como solo él podía escribir.

Nadie pinta mejor los locos años veinte; París era una fiesta es una novela póstuma de Ernest Hemingway, uno de los escritores más importantes del siglo XX, su relación con el alcohol es muy conocida y estoy seguro que disfrutó París más que cualquiera de nosotros, en cafés y bares, para charlar y tomar vino.

Como si los conceptos y preceptos estuvieran conectados, saltando culturas y distancia, Lo Po escribe: “Con tres copas penetro el Gran Tao, tomo todo un jarro y el mundo y yo somos uno. Tales cosas como las que he soñado en vino, nunca les serán contadas a los sobrios”. Es Orhan Pamuk, en El museo de la inocencia, quien parece responder: “A fuerza de beber, había llegado a ese profundo estado espiritual, en que se siente la unidad y la unicidad del mundo entero”, dos ideas sostenidas a siglos de distancia.
Ya ahogados por el romanticismo, podemos notar que Venus, la diosa del amor, aparece no por coincidencia junto al dios del vino, Baco.

Como presagiando la inspiración de los autores o el éxtasis de esta combinación, Neruda describe en parte de un poema escrito en un café de su adorada España que tanto amaba: “Amor mío, de pronto tu cadera es la curva colmada de la copa, tu pecho es el racimo, la luz del alcohol tu cabellera, las uvas tus pezones, tu ombligo sello puro estampado en tu vientre de vasija, y tu amor la cascada de vino inextinguible, la claridad que cae en mis sentidos, el esplendor terrestre de la vida”.

Jorge Luis Borges, en el primer café cultural en Buenos Aires, escribía: “El vino fluye rojo a lo largo de las generaciones como el río del tiempo y en el arduo camino nos prodiga su música, su fuego y sus leones”.

Si quieres visitar la mesa de Cortázar, no te olvides de llevar una copa de vino, una hoja en blanco o dejarle un boleto del metro con una rayuela dibujada; en el café de siempre.

El café, en su doble acepción, no es solo una cuestión externa al ejercicio de la ficción: es también tema, motivo y fuente de muchas historias que surgen con base en su espíritu socializador de carácter universal. A diferencia de muchos otros productos relacionados con la creación literaria, la sola mención del café prácticamente no requiere de explicación, pues en términos culturales forma parte del acervo de la mayoría de la población mundial.

París en la rue de l’Ancienne-Comédie, guarda celosamente el más antiguo café literario; «Procope«, allí Volteire saciaba su adicción al café y, según cuenta la leyenda, en sus mesas se escribieron partes de la constitución de los Estados Unidos de la mano de Benjamín Franklin.

En el país sudamericano cafetero y cafetalero por excelencia, la familia Buendía saboreaba por las mañanas una taza de café con leche junto al general. También, una oscura taza de café fue testigo mudo en la virreinal Ciudad de los Reyes, cuando un patriota fue muerto por escribir ¡LIBERTAD!, en aquel café de la calle bodegones.

Baldomero Fernández imaginaba y soñaba entre la lluvia y un café, una noche dejó escrito en una servilleta: “A pesar de la lluvia yo he salido a tomar un café. Estoy sentado bajo el toldo tirante y empapado de este viejo Tortoni conocido”; en el siempre cultural Buenos Aires de Borges y Gardel.

Estos secretos que descubrimos día a día, entre una copa de vino o una taza de café, en un libro o en una simple conversación; es lo que queremos plasmar en un espacio en los cafés. Buscamos un espacio cultural donde se mezclen las volutas de café y el intenso aroma del vino con la literatura. Es por eso que junto al experto cafetero Geni Fundes, gerente general de la Central de Café y Cacao del Perú, estamos desarrollando una iniciativa cultural donde las personas no solo descubrirán sus historias, sino también podrán saborear y catar el mejor café peruano y el mejor Malbec argentino, presentes en gran parte de países del Mercosur. Estas dos empresas apuestan por el desarrollo y la cultura, utilizando la relación de estas dos famosas bebidas con los grandes escritores del mundo que vieron en ellas su inspiración.

El vino te lleva a la verdad, en el reflejo tinto de una copa; el café a la nostalgia, al recuerdo y al amor; en el espejo oscuro de una taza.

Escrito por Iván Nolazco

Compartir:

Deja el primer comentario

Entradas relacionadas